Panorama de la ciencia y la
tecnología hacia 1810
A principios del siglo XIX una de las principales fuentes de energía era
la hidráulica, es decir, la basada en el aprovechamiento de las corrientes de
agua. La mayor parte de los dispositivos empleados constaba de paletas que
giraban alrededor de un eje horizontal y que requerían corrientes intensas para
ser movidas.
También, en los molinos, se empleaba la energía eólica, proporcionada
por el viento. Aunque la existencia del primer molino se remontaba a mil años
atrás, en estos años comenzó a imponerse una innovación fundamental: el timón o
"cola", que lograba que el propio molino se orientara por sí mismo
según la dirección del viento. Hasta entonces, había sido necesario girar
manualmente el molino alrededor de su soporte para lograr que las aspas
enfrentaran al viento; el nuevo timón automatizó esa acción.
A fines del siglo XVIII la máquina de
vapor comenzó a desplazar a las otras fuentes de energía. En los primeros años
del siglo siguiente apareció un nuevo modelo que comenzó a ser empleado como
motor para transmitir movimiento a otras máquinas. Había sido inventado por un
joven escocés llamado James Watt (1736-1819), hijo de un carpintero, que en su
trabajo como ayudante de laboratorio había planteado una serie de reformas a la
máquina de vapor anterior, patentada por el ingeniero inglés Thomas Newcomen
(1663-1729). Constantemente perfeccionada, la máquina de vapor se utilizó
durante décadas, hasta la invención del motor eléctrico.
El empleo del vapor fue una pieza
clave del extraordinario desarrollo conseguido durante este período
identificado, precisamente, como Revolución Industrial.
En la Europa de 1810 se encontraba en
pleno auge la mecanización. Su máximo esplendor se dio en Inglaterra, que ganó
un lugar de vanguardia en la actividad industrial en el siglo XVIII. Otros
países intentaron acercársele y fomentaron un desarrollo semejante: Napoleón,
por ejemplo, ofreció un premio de un millón de francos a los constructores
franceses para que aportaran ideas para construir maquinaria.
A fines del siglo XVIII, con la
aplicación de la energía hidráulica a los procedimientos industriales, surgieron
las fábricas, llamadas hasta entonces molinos. En las fábricas se reúne en un
espacio limitado a una gran cantidad de trabajadores, que hacen uso de diversas
máquinas, cuyo número no cesa de crecer. El trabajo se fragmentó, y cada sector
se hace cargo de una etapa distinta. El ritmo es ahora impuesto por las
máquinas.
En términos de la organización de la
producción, el trabajo en las fábricas representa un desarrollo, pues se hace
más sencilla la recolección de la materia prima, se facilita la distribución de
los productos terminados y se fomenta la especialización en los conocimientos.
El ingeniero francés Claude Chappe
(1763-1805) y su hermano Ignace concibieron un ingenioso procedimiento para
transmitir mensajes. Sus telégrafos ópticos habían probado su eficacia en
varios circuitos construidos a lo largo de Francia. Cada aparato constaba de
piezas articuladas que se montaban en lugares de buena visibilidad; modificando
la posición de las piezas se representaban letras diferentes. Un operador
"leía" el mensaje del aparato que le precedía y lo transmitía al
próximo. Cada aparato estaba separado del siguiente por varios kilómetros.
En 1810 se utilizaban modelos muy
perfeccionados del telégrafo óptico original. Algunos incluían mejoras no sólo
en sus aspectos mecánicos (es decir, el "hardware") sino también en
el código empleado (el "software").
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AVANCES
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CARACTERÍSTICAS
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Nuevas
Energías
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Máquina
a vapor
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Telégrafo
de Chappe
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Fábricas
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